Dos años con Él y sin ser un cámino fácil no ha sido agotador, quizás porque tampoco haya sido largo.
Todo empezó durante aquellas vacaciones de semana santa tan aburridas en las que no hice otra cosa que enredar, y enredando enredando acabé dando con Él una noche a las tantas, mientras trabajaba.
Quiso resultar simpático, quiso ser agradable, supo ser comprensivo incluso tan pronto aunque no recuerdo bien si la ocasión lo requirió y cuando pensó que aquello acabaría allí estaba yo para no dejarle tirar la toalla. Él no hizo nada, sólo aceptar que las circunstancias nos separaban. Yo aporté la solución, por otra parte tan sencilla.
Un día como hoy de hace dos años nos encontrábamos en la Gran Vía de Madrid. Eran las ocho de la tarde, aún lucía el sol y la calle bullía de gente. No sé por qué me reconoció: quizás fuera la única persona que hablaba por teléfono en la otra acera -hablaba con Él- y con el tiempo me reconoció que no le gustó verme tan de rojo, aunque con el tiempo también entendió que es el color que me describe mejor según su propia visión de mi. Él era mucho más discreto, color arena suave en el jersey y en la cazadora. A pesar de las diferencias estéticas no se arredró y eso me convenció.
Buscamos un bar y tomamos unas cervezas hasta las doce y media de la noche. Al día siguiente Él no trabajaba pero yo sí, volvía al tajo después de las vacaciones. Hablamos, reimos, nos conocimos un poco más... y nos despedimos cordialmente hasta la próxima ocasión sin saber muy bien cuándo sería. Yo ni siquiera me planteé en aquel momento repetir porque Él tampoco pareció mostrar mucho interés en repetir pronto.
Cuatro días después mientras tomaba una cerveza en la plaza de Chueca volvió a sonar el teléfono. Preguntaba cuáles eran mis planes para el viernes y no resultaron ser los mejores para compatibilizarlos con los suyos. Pretendía invitarme a comer y yo le acababa de decir que pensaba salir de clase y marcharme de Madrid. Pero cuando me hizo partícipe de sus planes cambié los mios. Nunca nadie había mostrado ese interés por mi y no podía perder la ocasión de averiguar por qué.
Esa vez vestía chaqueta y pantalon chino, también de color arena -le gusta- aunque explicó que se había puesto así porque salía de viaje a la feria de Murcia con unos amigos. Comimos, charlamos, reimos como ese lunes... me ofrecí a dejarle en Atocha y aceptó. Fuimos a su casa a recoger su maleta y subiendo las escaleras descubrí su culo y sus piernas. Cuando lo dejé en Atocha me pidió un beso de despedida, me rodeó la cintura de una forma a la que estaba poco acostumbrado, se acercó a mis mejillas y me besó. Su mano rodeándome me dijo muchas cosas de Él y me hizo sospechar de mi.
Un sms tras otro en esa tarde de tren y de coche me hicieron tranquilizar sin darme cuenta después de meses en tensión. Pasé un fin de semana en las nubes y el domingo decidí agradecérselo devolviéndole la invitación a comer.
El lunes nos encontrábamos de nuevo en Sol para comer muy cerca, en la calle Sevilla. Comimos con vino, tomamos café en B Aires, después un mojito en La Lupe, otro mojito más... nos provocamos el uno al otro pero tuve que ser yo quien le besara a Él. Enseguida reconoció que Él no se hubiera atrevido aunque lo estaba deseando. ¿Quién sabe qué hubiera pasado de no haberlo hecho?
No hemos vuelto a separarnos más que lo necesario, más de lo que yo he deseado. De lo demás, del camino recorrido, ya he contado aquí algunas cosas, otras están por contar quizás. Pero ese camino sólo me lleva a un sitio...
...le quiero con el alma.