No es esto una justificación ni el anuncio de ninguna vuelta ni el de ninguna retirada: esto ya estaba previsto desde el nacimiento de la bitácora. Ha sido una cosa tan tonta como comprobar que no olvidé la contraseña y abrir la pestaña de creación de entradas.
Sí que puede ser, por contra, el final de un camino, el del safalto pateado buscando un destino cubierto de parqué; espero que sea el final también de nuestra primera crisis resuelta sin rencores, sin gritos y casi sin lágrimas y creo que con gran madurez y entereza. Todo se ha conjurado para que el camino de esta bitácora se ralentizara o se detuviera casi del todo, pero una vez más asciende el contador de entradas camino de las trescientas: algun día.
La tarima está encerada, aunque sea casi lo único que está listo pues lo demás son reliquias o baratijas, casi pura subsistencia, comienzos como los de mis padres.
Él y yo más tranquilos. Espero que sí, espero que dure, quiero que dure porque le quiero. Lo sé porque le echo de menos siempre, de la misma manera que le echaba de menos hace más de cuatro años cuando nos separábamos un fin de semana. Lo único que me da miedo son las subidas de temperatura a solas, porque no estoy acostumbrado a ellas cuando está Él; cuando está Él no me sube la temeperatura a mi porque Él se encarga de subírmela antes.
Todo lo demás son cuentos.