Te la encuentras en un pasillo en inferioridad de condiciones y -la ocasión la pintan calva- alguien interrumpe tu caminar hacia ella para que puedas descubrir que esquiva tu mirada, que esquivará la conversación y que evitará cualquier contacto por tibio que parezca, por evitar especulaciones que no se sabe muy bien a quien afectarán, ni si afectarán a alguien siquiera, ni para bien ni para mal.
Ya sabes que ha tenido oportunidad de evitar un mal pensamiento por tu parte y antes de encontrarla en ese pasillo ni siquiera lo has pensado pero, una vez allí, caes en la cuenta de que no ha tenido la delicadeza de estar a tu lado en un momento duro -quizás exagero-, en un momento en el que no estás para nadie y todo el mundo lo sabe, pero en que te encanta recibir el apoyo de quien lo quiera dar.
Han pasado días desde aquel desencuentro y aún no has recibido aclaración para tal comportamiento. Alguien lo ha hecho por ella, pero no se sabe nada más. Claro que ha pasado mucho tiempo sin que se sepa nada suyo como para que se sepa ahora que está en otro nivel de la cadena, como si esta fuera la cadena alimenticia: ella la depredadora y yo la presa.
En su día, ella también fue la presa pero salió reforzada de la lucha con su depredador y eso la ha convertido en depredadora a su vez. Increible, pero esta bestia está ahí fuera, fuera de este neobestiario en el que no se le encuentra nombre.
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