Hay bestias que desaparecen y su ausencia se nota más o menos en función del grado de presencia que tuvieran antes de partir y del tiempo que dure su ausencia.
Hay bestias que se van y no vuelven. Ausencias que dejan vacia el alma.
Hay bestias que desparecen sin avisar y dejan el alma sobresaltada, sin ánimo durtante el tiempo que dura la búsqueda de una explicación o el tiempo que tarde la otra bestia en darse cuenta de que no hay explicación para esa ausencia, y se olvide de ella.
Hay bestias ausentes que están y es como si no estuvieran y su ausencia puede llegar a provocar incluso la risa. Más risa incluso cuando se jactan de estar ausentes y se hace evidente su presencia: una bestia que se esconde, que disimula para no ser vista, una bestia que ignora la presencia de otra para declararse ausente también...
Con una sola ausencia como la primera, ¿para qué preocuparse por cualquiera de las otras? Si acaso molestarse en descubrir que no merece la pena una explicación o, mucho mejor, reirse.
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