Lo encontré en un sitio que parecía preparado para nosotros solos y allí fuimos acomodándonos al espacio y acondicionándolo para nosotros. Fuimos ampliando la sala, abriendo la puerta y en poco tiempo conseguimos sentirnos como en casa en un espacio un tanto frío. Nosotros lo hicimos cálido.
Fuimos llenando la sala de almohadones de sensaciones y cuadros de pensamientos. Compartimos todos esos enseres y los complementamos con otros. Todos ellos estaban cargados de nosotros.
Ampliando las salas llegó Él y, lejos de ser el final para nosotros, continuamos compartiendo cosas en nuestros aposentos, pero sin compartirlo a Él.
Cuando le dije que había un cuadro que no quería poner, lo cogió, se marchó, cerró la puerta y no volvió.