30 octubre 2005

algo que contar

Si suena el teléfono y alguien te pregunta por un buen lubricante, es evidente que quiere contarte algo más. Si alguien con quien no has quedado te dice que no puede verte tal día, es que quiere contarte algo más. Si alguien elije un gran escote el día que lleva un morado en el cuello, es probable que no quiera contar nada pero seguro que quiere que se sepa.
Tengo una amiga a la que le encanta dar a conocer el precio de las cosas con que decora su casa, la firma que las diseñó y el exclusivo lugar donde lo compró. No lo suelta a bocajarro pero ya es conocido su exhibicionismo y se sabe cuando va a hacerlo; basta con ver algo nuevo en su casa.
Por segunda o tercera vez -no recuerdo bien- paseo por el exhibicionismo ajeno en la red y recorro algunas bitácoras -soy un gran mirón, un cotilla, y sé que, aunque lo confiese, no es menor el vicio- en las que encuentro bestias ansiosas de ser vistas, miradas, observadas, admiradas...
Por un lado me avergüenza mostrarme así aquí -por eso no me muestro tanto- pero me alegro de no ser tan observado como pretenden otras bestias del territorio bitácorino.
Pero lo paso bien en algunas bitácoras: algunas no muestran las visceras de las bestias, sólo muestran algunos destellos de una de ellas. Esas bitácoras me han gustado.

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