06 octubre 2005

super-sí

Llamada para salir a cenar y tomar algo con antiguos compañeros y, entre ellos, una inesperada comensal que ve coches en la puerta y decide pasar aunque teme no conocer a nadie. Nos conoce a todos, pero parece que no me reconociera. Le cuesta mirarme a los ojos, le cuesta saludar. Por fín reconoce que me conoce y me saluda, pregunta por la salud, se hace desconocedora de datos que indirectamente le he hecho llegar. Está desconocida: ha pasado de ser la que más estudia, la que mejor trabaja, la que tiene un marido más estupendo, la que tiene una casa estupenda, la que está felizmente casada, la que va a aprobar las oposiciones rapidamente, la que acude a la mejor academia, la que tiene la mejor vacante del instituto, la que tiene el mejor horario, la que tiene más contactos en el pueblo, la que... para convertirse en una mujer feliz que cínicamente oculta el fracaso que llevamos todos por no ser quien quiere ser.
Unos se conforman mientras buscan más, otros se conforman simplemente, otros no se resignan al adocenamiento, otros ocultan el fracaso en un éxito de fachada, otros triunfan, otros...
Super-sí se reía de los que salíamos a tomar copas tres meses antes de examinarnos de la oposición, un día cualquiera durante la semana. LE hacía gracia que vivieramos en pequeños apartamentos alquilados en los que los muebles no eran de Ikea y a los que les faltaba la sartén, o el colador, o el sacacorchos. Se felicitaba de haber decidido casarse aun a riesgo de tener que separarse cuando en junio aprobara la oposición. Y al final suspendió, como casi todos, y tuvo que tragarse su orgullo como ahora se traga su cinismo.

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