10 junio 2005

el médico de la soledad

Llega cantando una soledad no deseada y se queda porque quiero, porque me gusta curar esa enfermedad; pero con el tiempo el cántico de la soledad se convierte en berrido o en burla. A partir de ese momento se convierte en médico de la mía: una enfermedad que no es tal.
Resulta que la soledad no es un mal que nos afecte tanto como vendemos... a ninguno. Lo he comprobado.
El enfermo de soledad es crónico, desde luego, y su enfermedad se agudiza por etapas. En esas etapas hay enfermos que son capaces de cualquier medicación, incluso de sobredosis, y en ese trance se puede hacer cualquier cosa. Dependiendo de la dosis uno es capaz de hacer y de decir cosas que no diría en otras circunstancias. Si nos repitieran lo que dijéramos en esos momentos, o lo que hiciéramos, lo negaríamos.
Una vez instalado lo acoges y se queda si quiere, pero cuando oye algo que no le gusta se va. Se puede ir incluso repetidas veces, y volver al rato, o a los dos días, o tres meses después. El médico es siempre muy paciente -¡qué paradoja!- y se convierte en paciente muchas veces sin darse cuenta -¿será la misma paradoja?-.
Pero es ahí cuando falla y el paciente convertido en médico, y el médico en paciente, confunden sus roles, los interpretan mal, cometen errores... y alguno de los dos no consiente más... se vuelve a ir.
De nuevo la soledad ¿del médico?, ¿del paciente?: ¿quién es quién?

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